Ya os presenté que tenía un proyecto de novela en mis manos, pero no es del todo cierto, son 3.
Uno ya está terminado y es más corto de lo que hubiese querido hacerlo, pero era para un concurso y no pude presentarlo, por eso os lo adjunto aquí, me gustaría que opinaseis y valoraseis la historia, la forma de escribir... Todo lo que se os ocurra para que pueda escribir mejor.
Aquí os lo dejo:
Unas páginas que no olvidarás.
La vida es
más simple de lo que parece. Solo hay que soñar y cumplir tus sueños sin
importar lo que piensen los demás. Cantar como si nadie te escuchase, bailar
como si nadie te viese, amar como si nunca te hubieran herido… Si me lo
hubiesen dicho antes no habría sufrido, habría sido la mujer más feliz de este
estúpido mundo, pero no puedo cambiar mi pasado, me cambiaría a mi misma, no
sería la chica que soy hoy en día, tal vez mucho más ingenua y despistada, mas
de los errores se aprende ¿no? Puede que dentro de unos años mi historia llegue
a ser más conocida de lo que yo misma pueda imaginar, o que simplemente
desaparezca totalmente excepto para mi hija, a la que algún día le enseñaré
como su madre tuvo que convertirse en una adulta hecha y derecha.
Todo empezó
a mis trece años, cuando mi madre murió en un accidente por culpa de un
borracho al que le dio por coger el coche. Yo solo era una cría, solo acababa
de empezar el instituto, necesitaba todo su apoyo pero no pudo estar ahí
conmigo, mi padre me abandonó al poco de enterarse de que mi madre no volvería,
se suicidó de un tiro a la cabeza que yo presencie, me dejó a mi suerte. Todos
mis tíos y primos intentaron sacarme una sonrisa con regalos, alojamiento y
comida, mas su pena por mi me impedía ser todo lo feliz que podría haber sido,
aguante esa tortura tres años hasta que por fin pude trabajar a tiempo parcial
en un café, me mantenía ocupada y ganaba el suficiente dinero como para vivir
sola, era todo lo que podía pedir. Nadie pensó que podría llegar a ser tan
madura en aquel momento: iba al instituto, volvía a casa, me preparaba la
comida y comía, me dirigía al café para trabajar desde las cuatro hasta las
once de la noche, cuando terminaba mi jornada laboral regresaba a casa, pedía
una pizza o cualquier cosa y estudiaba hasta las cuatro de la madrugada, dormía
tres horas, a las siete limpiaba, recogía la casa, me preparaba para las clases
y otra vez la rutina.
El fin de
semana tampoco era muy relajado: me levantaba a las ocho, barría, fregaba, me
iba a hacer la compra, daba clases particulares a gente de cursos más bajos que
yo durante cinco horas y otra vez al café para trabajar, todo esto era un
sábado normal, sin salir de fiesta, ni emborracharme como el resto de
compañeros de clase. Además no era una persona muy sociable, que digamos.
Siempre intentaba huir de la gente, la muerte de mis padres me afectaba, mi
padre debía soportar el dolor y recordar que tenía una hija, en vez de eso
decidió huir de todo, desaparecer, gracias a él fui a siete psicólogos
distintos, intentando diagnosticarme porque no confiaba en nadie, ni en mi
propia familia.
Mi vida era
horrible, solo los domingos podía descansar y dormir hasta las cuatro de la
tarde, comer y leer un libro, hasta que recordaba todo lo que tenía que estudiar.
Terminaba los pocos deberes que no había finalizado el viernes y dormía nueve
horas del tirón.
Nadie me
entendía, todos decidieron alejarse de mí como si pudiesen romperme o
traumatizarme más de lo que estaba. Solo una persona intentó acercase a mí y
solo él consiguió devolverme la cordura que había perdido junto con mis padres.
Era un día
normal de instituto cuando nos conocimos, yo ya había oído hablar de él, el
chico más popular de la escuela, un chico malo, alguien que no había repetido
jamás, pero que aprobaba casi gracias a la suerte. Yo iba a toda prisa por el
pasillo cuando tropecé y todo mi trabajo de física se esparció por el aire como
si lloviese, él se interpuso entre mí y el suelo, haciéndose más daño del que
me habría hecho yo.
-¿Estás bien?-Me
acarició su voz.
-S-Sí,
p-pero tú…-Tartamudeaba mientras veía como su brazo empezaba a enrojecerse por
el golpe.-Deja que te ayude, es lo mínimo que puedo hacer.
En un
momento recogí los veinte folios, le ayudé a levantarse y le pregunté su nombre.
-Me llamo
Jorge, tú eres Sofía, ¿me equivoco?-Me respondió.
Era algo
increíble que alguien se hubiese fijado en mí, así que sorprendida, le miré y
le sonreí. Era la primera vez desde que empecé el instituto que no me sentía
estresada, era una sensación desconocida para mí en aquellos tiempos, era
feliz.
Desde ese
momento empecé a verle más a menudo, quedaba con él antes del trabajo y a
veces, después de este. En esos momentos era libre, era como si mi vida fuese
normal, como si no me hubiera quedado huérfana y tuviese que valerme por mi
misma. Le fui conociendo mucho más y no era el típico estudiante que vaguea en
clase porque no entiende nada, él lo entendía todo a la mínima, solo tuve que
demostrarle que si no mejoraba sus notas, el resto de compañeros no lo
intentarían. Así que en un examen logré que la nota media de una clase entera
aumentara. Solo era una reacción en cadena, mueves una ficha y todas a su
alrededor se balancean. En pocas semanas, todo cuarto tenía unas notas por
encima de sus posibilidades.
Ninguno
creíamos que un simple chico pudiera hacer mejorar a un curso entero, pero él
no era un chico cualquiera. Era inteligente, atento y muy guapo, todas las
chicas de mi clase hablaban de él con esas miradas de admiración, queriendo
salir con él a toda costa y lanzándome miradas asesinas al enterarse de que le
ayudaba con los estudios y le conocía como si fuésemos viejos amigos. Nadie se
había preocupado de conocerme hasta que le conocí, en un segundo me hice la
chica más popular de todo el corredor, aún no entendía nada, pero parecía que
podría llegara a ser una estudiante más, sin ataduras psicológicas, pero la
fama y la popularidad son un veneno que me consumió nada más entrar en contacto
con ellos. Él me despertó de aquella pesadilla de “amigos” y “admiradores”.
-¡Sof!
-¿Jorge?
-Dime que
estas bien.
-Lo estoy,
¿pasa algo?
Un hormigueo
recorrió mi cuerpo como un relámpago. Su padre había sido asesinado. Él estaba
irreconocible, despeinado, como si por una vez su imagen no le importase, con
las mejillas de un rojo igual que el de sus ojos. Había llorado, pensé que él
jamás lloraría, cuando me contó lo ocurrido no pude creerme que yo hubiese
llorado como lo hacia Jorge en ese momento. Fue muy duro para los dos, Jorge no
podía creérselo, lo negaba, le asustaba la idea de que ahora su madre se
hubiese quedado viuda y de que él ya no tuviese padre, dejó los estudios y
decidió salir a la calle, se estaba volviendo loco.
Aun le debía
un favor, él me había sacado de la locura, ahora me tocaba sacarle a él.
Intenté que
razonara, fue inútil, lo intenté todo pero seguía traumatizado, yo solo quería
que se diese cuenta de que la muerte es algo que nos llega a todos, y que
siempre habrá alguien que nos quiera, ya que eso me lo había enseñado a mi hace
tiempo, acabé dándome por vencida pero no quería que esto acabara así,
desesperada rompí a llorar sin darme cuenta de que lo estaba haciendo… Alguien
me tapo con una manta, me abrazó por la espalda y me dijo:
-No te
preocupes.
Miré hacia
atrás sorprendida y allí estaba, el único loco que dejaría a
un lado sus problemas para intentar sacarme una sonrisa. Jorge.
-Estúpido.-Le
dije mientras le miraba a los ojos dulcemente.
Me secó las lágrimas,
me acarició el pelo, se acercó a mí y me susurro al oído:
-No llores
más, ya lloraste suficiente por culpa de tu familia, no quiero que llores más
por mí.
-Como
quieres que no llore por ti si eres mi única familia.
Desde
entonces no nos separamos, él me apoyaba y yo a él, no teníamos problemas, y
cada vez que estaba a punto de derrumbarme, me miraba directamente a los ojos y
me daba un beso de esos que solo puedes describir con una palabra:
INOLVIDABLE.
Escrito por Irene García Arias.
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